Cada ciclo formativo, desde el más elemental hasta el más complejo y especializado, cumple con una función en nuestra vida. Generalmente, su evolución es progresiva, como la que experimentamos como personas y profesionales.
En el caso de la educación primaria se trata de la base sobre la cual se desarrollan parte de los talentos, las habilidades y, por supuesto, la personalidad y la perspectiva de la realidad de nuestros hijos.
En esta etapa los niños abordan por primera vez el estudio de conceptos e ideas que tienen que ver con su papel en el mundo y con sus relaciones con los demás. Al ser casi todos de carácter abstracto, los recursos lúdicos o visuales favorecen un mayor entendimiento. Entre estos conceptos están los valores sociales.
También en esta etapa formativa es cuando nuestros hijos descubren o esbozan sus primeras habilidades o talentos. No importa que más a delante, en su edad adulta, no se dediquen a ello. Lo verdaderamente importante es el hallazgo en sí mismo, pues les sirve como una forma de
autoconocimiento.
Entre los 6 y los 12 años, los niños ponen a prueba su responsabilidad al asumir tareas o labores por su cuenta. Es la etapa idónea para hacerles ver las virtudes de ser independiente y tener criterios propios.
Además de los conocimientos básicos proporcionados en los cursos que forman parte de la educación primaria, esta etapa es fundamental para determinar de qué forma se relacionan los niños con sus semejantes y con su entorno. En ella, aparecen los primeros vínculos afectivos con terceras
personas y las relaciones de amistad, compañerismo, solidaridad, etc.